Hoy en día, la tecnología forma parte esencial de la vida cotidiana. Los dispositivos móviles, como teléfonos inteligentes y tabletas, junto con los ordenadores, se han convertido en herramientas indispensables para el trabajo, la educación, el entretenimiento y la comunicación.

Asimismo, la conectividad permanente, las aplicaciones de asistencia virtual y la rapidez en el acceso a la información hacen que cada vez dependamos más de esta tecnología para realizar actividades básicas del día a día.
Gracias a la inteligencia artificial y a los avances en software, estos aparatos permiten desde gestionar tareas complejas hasta facilitar la interacción con servicios digitales de todo tipo.
Sin embargo, este progreso tiene un costo ambiental que muchas veces pasa desapercibido: la huella de carbono que dejan los dispositivos móviles.
La fabricación de teléfonos, tabletas y ordenadores implica el uso de minerales como litio, cobalto, oro y cobre. La extracción de estos materiales provoca deforestación, degradación de suelos y contaminación de fuentes de agua.
Además, los procesos industriales que transforman estos minerales en componentes electrónicos consumen grandes cantidades de energía. Mayoritariamente proveniente de fuentes no renovables, como el carbón o el gas natural.
La impactante huella carbono de la tecnología
Se estima que más del 70% de la huella de carbono de un dispositivo móvil se genera en la fase de producción. Incluso, antes de que llegue a manos del usuario.
Aun con ello, el impacto ambiental no se detiene con la fabricación. Los dispositivos móviles requieren de una infraestructura digital que también consume energía. Dentro de esta infraestructura encontramos: centros de datos, redes de telecomunicaciones y servidores en la nube.
Esto funciona de forma continua y emiten millones de toneladas de CO₂ al año. Por ello, cada vez que se envía un mensaje, se realiza una videollamada o se consulta una aplicación, se activa un complejo sistema que demanda electricidad y contribuye al cambio climático.
A esto se suma el problema del desecho. Muchos dispositivos se reemplazan al poco tiempo por modelos más nuevos, lo que incrementa los residuos electrónicos. Estos residuos suelen terminar en botaderos o en plantas de reciclaje informales, donde sus materiales tóxicos contaminan suelos, ríos y el aire.
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